8 de Marzo, 2022
Reflexión por académicas Paula Miranda y Alejandra Inostroza
En el año 2015 se realizó el estudio Participación de las Mujeres en Cooperativas y Empresas de la Economía Social (Subsecretaría de Economía y Empresas de Menor Tamaño, 2015) en él se apunta a que la participación femenina se encuentra presente en los niveles de base o en comités propios de la organización interna. Escasa es la participación en los niveles directivos y generalmente se circunscriben al cargo de secretaria/tesorera. Este estudio se ve reforzado con el estado actual de la participación de mujeres en cargos de alta dirección en el mundo cooperativo (DAES,2021), que corresponde a un 35%.
El cargo de mayor presencia, sigue siendo el de secretaria, casi en la mitad de los organismos vigentes; luego viene el cargo de consejera, que se entiende como miembro del Consejo Directivo o Directorio. Se trata del órgano que asume la administración superior de los negocios sociales y representa judicial y extrajudicialmente a la cooperativa para el cumplimiento del objeto social, sin perjuicio de la representación que compete al gerente (DAES,2015). Le sigue la participación en otros cargos, no identificados como obligatorios por la Ley de Cooperativas vigente y en último lugar el cargo de Presidenta (26%). Es decir, de cada cuatro presidentes(as) de una Cooperativa, solo una es mujer.
La toma de decisiones y el nivel dirigencial está en el dominio masculino, ello, aunque se observa un importante porcentaje de mujeres gerentas, lo que no significa que esté en la esfera del poder y toma de decisiones, pues este aspecto estratégico/político está en manos del presidente, que generalmente es hombre. Así, se observa la cultura machista como un factor obstaculizador para una participación en espacios de mayor jerarquía. Esto es paradigmático, pues los niveles de asociación son paritarios en género, no así, quienes ostentan el poder (Subsecretaría de Economía y Empresas de Menor Tamaño, 2015). El estudio señalado anteriormente también hace alusión a la edad de las mujeres, quienes en general superan los 40 años. El rango etario y el rubro de la cooperativa determinan en gran medida la participación femenina (cooperativas campesinas y agrícolas son rubros masculinizados). Todo ello, se relaciona además con los horarios de reunión y las funciones domésticas y de cuidado. Se destaca el rol “privado” de las mujeres y “público” del varón. También, se relevan los costos personales que se deben asumir cuando se presenta la oportunidad de acceder a cargos de mayor decisión. Allí otras (os) se hacen cargo del tema de la crianza y el cuidado familiar, incluso varias mujeres atribuyen el quiebre con su pareja a su labor de dirigenta.
El Informe Cooperativas en Chile al 2020 resalta que “las cooperativas (en Chile) en su gestión interna y su modelo de negocio basado en las cinco categorías de análisis: Gobernanza, Gestión Financiera, Negocio Cooperativo, Servicios Financieramente Sostenibles e Incidencia Política, puede concluir que las cooperativas de Chile en un 80% son débiles. El promedio de estas cinco categorías alcanza un puntaje de 1.38 de una escala de 0 a 4” (González, 2021, pág.41).
El desarrollo de la economía solidaria en Chile no ha estado exento de dificultades vinculadas a los vaivenes políticos del país. Desde 1974 en adelante, se ha visto impregnado por el neoliberalismo en materia económica. Para algunos esto ha traído progreso, pero nadie duda que la desigualdad, el abuso de algunas industrias que precariza la dignidad de las personas y la concentración económica, han colaborado para crear un clima de desazón e incertidumbre en el mundo social. Con un marcado desarrollo empresarial privado en todo ámbito, el posicionamiento de las cooperativas como forma eficiente de organización social y económica, no logra establecerse dado el escenario descrito.
La desigualdad no solo puede observarse en el plano económico, sino también es posible hacerlo desde una perspectiva de género. De allí parece indispensable abordar la economía feminista, a fin de obtener luces que puedan iluminar algún tipo de implicancias esclarecedoras. Esta perspectiva (Sanhueza, Reyes y Arroyo, 2018), que atribuye su nacimiento a la década de los 90 (Carrasco, 2006), asume que el sistema económico permite a las personas satisfacer sus necesidades en relación con la capacidad que ellas tienen de generar ingresos (riqueza) tensionándola con la realidad que viven muchas mujeres en cuanto deben hacerse cargo de la tarea reproductiva y del cuidado.
En el caso de Chile en particular, tomar la decisión de no participar en el mercado laboral por parte de una mujer está vinculada a aspectos culturales de orden machista y conservador, que no siempre son explícitos (Sanhueza, Reyes y Arroyo; 2018; Contreras y Plaza, 2007). Esto último implica que están más restringidas en la satisfacción que logran de sus necesidades que aquellos que trabajan remuneradamente, pero que no lo podrían hacer en el despliegue que lo realizan, si no contaran con ellas. De esta forma, este tipo de economía está interesada en la comprensión de los procesos asociados a la satisfacción de las necesidades humanas. En esa línea los temas que emergen como interesantes de abordar, se relacionan con estudiar el trabajo femenino, el trabajo doméstico, participación y discriminación laboral de las mujeres, políticas económicas y efectos según sexo, liberalización comercial y flujos monetarios sobre el trabajo y su influencia sobre las condiciones de vida femeninas, las mujeres en los modelos macroeconómicos como sujetos invisibles, “el sesgo masculino presente en los ingresos y gastos de los presupuestos públicos, la crítica y nuevas propuestas a las estadísticas y a la contabilidad nacional por no incluir los trabajos no remunerados, los estudios sobre usos del tiempo que permiten constatar las diferencias de dedicación a los distintos trabajos entre mujeres y hombres y el mayor tiempo total de trabajo realizado por las mujeres y el desarrollo de nuevos enfoques que permitan el análisis global de la sociedad manteniendo como objeto central la sostenibilidad de la vida humana, el bienestar y la calidad de vida de las personas” (Contreras, 2006, pág. 4).
En la línea anterior, puede vincularse la conceptualización de “economías diversas” acuñado en los trabajos de Katherine Gibson-Graham en 2008, que refieren al reconocimiento de actividades económicas invisibilizadas, ignoradas y menospreciadas consideradas alternativas y marginales, pero que crecientemente contribuyen al bienestar social, la regeneración ambiental, el cuidado doméstico, la medicina alternativa entre otros aspectos. Se reconoce el aporte a la economía del uso sostenible de los recursos, los derechos sobre los recursos y el desarrollo económico comunitario. Así, abre las posibilidades y oportunidades para teorizar dinámicas económicas no presentes en el debate actual, que podrían fortalecerlo y fomentarlo.
Su postura, sin embargo, no está exenta de dificultades, ya que como ella misma señala, la economía tradicional afirma una visión esencialista estructurante, y no acepta que lo que se percibe como dominante sea expuesto a crítica o tensión. Se identificará a las incursiones experimentales en la construcción de nuevas economías, como descartadas a priori, consideradas como otras formas de capitalismo cooptadas e inadecuadas. Es así como el capitalismo ha llevado a que la actividad económica no capitalista no sea productiva (Gibson-Graham, 2008).